miércoles, 12 de septiembre de 2018

Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida



El ‘kintsugi’ evoca el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas y otorga valor a
nuestras imperfecciones
La filosofía vinculada al kintsugi se puede extrapolar a nuestra vida actual, colmada de ansias de perfección. A lo largo del tiempo conocemos fracasos, desengaños y pérdidas. Con todo, aspiramos a esconder nuestra naturaleza frágil, esa que nos hace más humanos y auténticos, bajo la máscara de la infalibilidad y éxito. Se ocultan los defectos, aunque desde que nacemos nos recorre una grieta. Adam Soboczynski apunta en El arte de no decir la verdad(Anagrama) que hemos aprendido a camuflar “con gran esfuerzo, y manteniendo la compostura, incluso la más terrible de las conmociones que nos golpean”.

Somos vulnerables no solo física, sino también psíquicamente. Cuando las adversidades nos superan, nos sentimos rotos. A veces, es el azar el que nos lleva al punto de ruptura; otras, somos nosotros mismos, con nuestras elevadas expectativas no cumplidas y la avidez de novedad, los que nos metemos en el hoyo. El filósofo Josep Maria Esquirol defiende que “la memoria y la imaginación son las mejores armas del resistente”. Como animales dotados de creatividad, tenemos una poderosa herramienta en la capacidad de concebir alternativas a la realidad. Pero cuando soplan malos vientos, ¿qué más nos ayuda a resistir la embestida? La respuesta es, según la escritora Joan Didion, el verdadero amor propio. La gente con esta cualidad “es dura, tiene algo así como agallas morales; hace gala de eso que antes se llamaba carácter”. Y el logro de una vida plena pasa, además, por librarse de las expectativas ajenas y dejar atrás la compulsión de agradar.

No hay recomposición ni resurgimiento sin paciencia. En el kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad. Entre los cultivadores de la paciencia, Kafka ocupa un lugar privilegiado. Para él, la capacidad de saber sufrir y de tolerar infortunios era la clave para afrontar cualquier situación. Un día, mientras paseaba con un amigo, le dio este consejo: “Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia. Solo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo”. La receta para vivir del autor de El proceso es sencilla, pero no por ello menos difícil: “Tenemos que absorberlo todo pacientemente en nuestro interior y crecer”.

Saber valorar lo que se rompe en nosotros nos aporta una serenidad objetiva. Apreciémonos como somos: rotos y nuevos, únicos, irreemplazables, en permanente cambio. 

Fuente: https://elpais.com/elpais/2017/12/01/eps/1512125016_071172.html

lunes, 9 de julio de 2018

El Hombre que escupió a Buda

El Buda estaba sentado debajo de un árbol hablando con sus discípulos cuando un hombre se acercó y le escupió en la cara.

Él se limpió y le preguntó al hombre: “¿Y ahora qué? ¿Qué quieres decir ahora?” El hombre estaba muy desconcertado porque él no esperaba que el Buda le preguntara, “¿Y ahora qué?” Este hombre no había tenido una experiencia así en su pasado. Él había insultado a mucha gente y todos se habían enojado y habían reaccionado. Y, cuando eran cobardes y débiles, le sonreían, tratando de calmarlo. Pero Buda no era como ninguna de esas personas; no se enfadó, ni de ninguna manera se sintió ofendido, ni de ninguna manera era un cobarde. Solo le preguntó: “¿Y ahora qué?” No hubo reacción por su parte.

Pero los discípulos de Buda se enojaron, y ellos sí reaccionaron. Su discípulo más cercano, Ananda, dijo: “Esto es demasiado. No podemos tolerarlo. Él tiene que ser castigado por ello, si no todo el mundo va a empezar a hacer cosas como esta.”

Buda dijo: “Ustedes guarden silencio. Él no me ha ofendido, pero ustedes sí me están ofendiendo. Él es nuevo, un extraño. Debe haber escuchado de la gente algo sobre mí para que este hombre sea un ateo, un hombre peligroso que saca a la gente fuera de su camino, un revolucionario, un corruptor. Y él puede haberse formado una idea, una noción de mí. No me ha escupido a mí, él ha escupido su noción de mí. Ha escupido en su idea de mí, porque no me conoce en lo absoluto.”

“Si ustedes piensan profundamente”, dijo Buda, “él ha escupido a su propia mente. Yo no soy parte de ella, y puedo ver que este pobre hombre debe tener algo más que decir, porque esta es una manera de decir algo. Escupir es una manera de decir algo. Hay momentos en los que ustedes sienten que el lenguaje es impotente: cuando aman profundamente, cuando sienten ira, cuando sienten odio, cuando están en oración. Hay momentos intensos cuando el lenguaje es impotente. Entonces ustedes tienen que hacer algo. Cuando uno está enojado, intensamente enojado, uno golpea a la otra persona, la escupe: uno está diciendo algo. Yo lo puedo entender. Él debe tener algo más que decir, es por eso que le estoy preguntando, “¿Y ahora qué?”

¡El hombre estaba aún más confundido! Y Buda dijo a sus discípulos: “Yo estoy más ofendido por ustedes porque ustedes me conocen, y han vivido durante años conmigo, y aun tienen esta reacción.”

Desconcertado, confundido, el hombre regresó a su casa. No pudo dormir en toda la noche. Ya no le era posible dormir más de la manera sosegada como solía dormir antes. Una y otra vez revisaba mentalmente su experiencia con el Buda. No podía explicarse a sí mismo lo que había sucedido. Todo su cuerpo temblaba, sudando y empapando las sábanas. Nunca se había encontrado con un hombre así; el Buda había destrozado toda su mente y todos sus patrones, todo su pasado.

A la mañana siguiente volvió. Se arrojó a los pies de Buda. Y Buda le preguntó de nuevo: “¿Y ahora qué? Esto, también, es una manera de decir algo que no se puede decir con el lenguaje. Al llegar y tocar mis pies, tú estás diciendo algo que no se puede decir normalmente, algo para lo cual todas las palabras son demasiado estrechas; no puede ser expresado con ellas.” Buda dijo: “Mira, Ananda, este hombre está de nuevo aquí, él está diciendo algo. Este hombre es un hombre de profundas emociones.”

El hombre miró a Buda y le dijo: “Perdóneme por lo que hice ayer.”

Buda dijo: “¿Perdonarte? Pero yo no soy el mismo hombre al que tú escupiste ayer. Fíjate que el Ganges siempre está fluyendo, nunca es el mismo Ganges. Cada hombre es un río. El hombre a quien escupiste ayer ya no está aquí. Me parezco a él, pero yo no soy ese hombre, ¡mucho ha sucedido en estas veinticuatro horas! El río ha corrido muchísimo. Así que no te puedo perdonar porque no tengo ningún rencor contra ti.”

“Y veo que tú también eres un hombre nuevo. Puedo ver que no eres el mismo hombre que vino ayer pues ese hombre estaba enojado y me escupió, mientras que tú, hoy, estás haciendo una reverencia a mis pies, tocando mis pies. ¿Cómo puedes ser tú el mismo hombre? Tú no eres el mismo hombre, así que vamos a olvidarnos de eso. Esas dos personas, el hombre que escupió y el hombre que fue escupido, ninguna existe ya. Acércate. Hablemos de otra cosa”.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Vivir es más importante que buscar el sentido de la vida

Dostoievski es probablemente el escritor ruso más cercano a las preguntas sobre la existencia que surgieron a finales del siglo XIX y que tuvieron como temperamento especial originarse a partir de cierta desolación, cierto desencanto ante la vida, para después encontrar en el vivir mismo la única posibilidad de respuesta. Nietzsche es el filósofo que quizá mejor condensa este movimiento del espíritu y el intelecto, pero en sus novelas Dostoievski alcanzó alturas y profundidades igual o más decisivas.

En esta ocasión retomamos un fragmento de Los hermanos Karamazov compartido originalmente en el sitio calledelorco.com. Ahí, Dostoievski pone en boca de dos de los protagonistas, Iván y Aliosha, una sensible conversación sobre nada menos que el sentido de la vida. Vale la pena recordar que especialmente en esta novela el ruso hace gala de esa visión atea de la vida, o humanista quizá sería mejor decir, pues al tiempo que descree de una entidad divina que tenga las respuesta que el ser humano busca se da cuenta de que somos nosotros mismos quienes creamos esas respuestas, quienes con nuestros actos cotidianos, nuestras decisiones, nuestros errores y nuestros aprendizajes podemos ir descubriendo si la eternidad existe o no, si el crimen es disculpable o si, como en este caso, la vida tiene un significado que intuimos pero siempre se nos escapa. Escribe Dostoievski:

Iván: ¿Sabes lo que me estaba diciendo hace un instante? Que si hubiera perdido la fe en la vida, si dudara de la mujer amada y del orden universal y estuviera convencido de que este mundo no es sino un caos infernal y maldito, por muy horrible que fuera mi desilusión, desearía seguir viviendo. Después de haber gustado el elixir de la vida, no dejaría la copa hasta haberla apurado. A los treinta años, es posible que me hubiera arrepentido, aunque no la hubiera apurado del todo, y entonces no sabría qué hacer. Pero estoy seguro de que hasta ese momento triunfaría de todos los obstáculos: desencanto, desamor a la vida y otros motivos de desaliento. Me he preguntado más de una vez si existe un sentimiento de desesperación lo bastante fuerte para vencer en mí este insaciable deseo de vivir, tal vez deleznable, y mi opinión es que no lo hay, ni lo habrá, por lo menos hasta que tenga treinta años. Ciertos moralistas desharrapados y tuberculosos, sobre todo los poetas, califican de vil esta sed de vida. Este afán de vivir a toda costa es un rasgo característico de los Karamazov, y tú también lo sientes; ¿pero por qué ha de ser vil? Todavía hay mucha fuerza centrípeta en el planeta, Aliosha. Uno quiere vivir y yo vivo incluso a despecho de la lógica. No creo en el orden universal, pero adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul, y quiero a ciertas personas no sé por qué. Admiro el heroísmo; ya hace tiempo que no creo en él, pero lo sigo admirando por costumbre… Mira, ya te traen la sopa de pescado. Buen provecho. Aquí la hacen muy bien… Oye, Aliosha: quiero viajar por Europa. Sé que sólo encontraré un cementerio, pero qué cementerio tan sugeridor. En él reposan ilustres muertos; cada una de sus losas nos habla de una vida llena de noble ardor, de una fe ciega en el propio ideal, de una lucha por la verdad y la ciencia. Caeré de rodillas ante esas piedras y las besaré llorando, íntimamente convencido de hallarme en un cementerio y nada más que en un cementerio. Mis lágrimas no serán de desesperación, sino de felicidad. Mi propia ternura me embriaga. Adoro los tiernos brotes primaverales y el cielo azul. La inteligencia y la lógica no desempeñan en esto ningún papel. Es el corazón el que ama…, es el vientre… Amamos las primeras fuerzas de nuestra juventud… ¿Entiendes algo de este galimatías, Aliosha? --terminó con una carcajada.
Aliosha: Lo comprendo todo perfectamente, Iván. Desearíamos amar con el corazón y con el vientre: lo has expresado a la perfección. Me encanta tu ardiente amor a la vida. A mi entender, se debe amar la vida por encima de todo.
Iván: ¿Incluso más que al sentido de la vida?
Aliosha: Desde luego. Hay que amarla antes de razonar, sin lógica, como has dicho. Sólo entonces se puede comprender su sentido.
La conclusión es sencilla, pero no por ello menos elocuente ni mucho menos, paradójicamente, menos fácil de llevar a la práctica: caer en cuenta de que sólo en el amor por la vida se encuentra su sentido, no en lo que alguien más nos dice, en lo que leemos o en aquellos que los demás parecen reconocer como tal, sino en nuestros actos mismos, en aquello que hacemos diariamente y que por esta misma razón va construyendo, instante a instante, esto que llamamos nuestra vida.

Fuente: http://pijamasurf.com/2016/10/vivir_es_mas_importante_que_buscar_el_sentido_de_la_vida_un_fragmento_de_los_hermanos_karamazov/